Salto Grande fue sin duda la atracción cascada privilegiada en el Parque Nacional Torres del Paine en lo que a nosotros respecta.
En el camino, la mirada se va perdiendo en todo y en nada Torres del Paine. Se siente el ruido del ripio en las ruedas, se ven los matorrales, el cielo limpio y el viento que choca contra el vidrio de la combi hasta la llegada hacia una de las entradas del parque.
“Aparte de cariño y respeto, esta montaña no necesita nada de lo que usted trae”, dice el cartel de la Portería Sarmiento. Alguien recuerda con tristeza el incendio de 2011, que destruyó 20 mil hectáreas de bosques, como lamentable consecuencia de un papel encendido por un turista.
La siguiente parada es la Laguna de los Cisnes. Cuando la combi se detiene, un zorrito pasa tranquilo. El reflejo de la luz en el macizo Paine es de una belleza única; por momentos, el viento da un respiro. Se viste de brisa y apenas peina las aguas de la laguna. Lo mismo sucede en el mirador Nordenskjöld.
Después del lago Pehoé y su encantadora hostería, la siguiente parada es el Salto Grande. Luego de una caminata de 10 minutos, se llega a ese imponente caudal de agua, de unos 100 metros cuadrados por segundo en Torres del Paine, que bajan por una cascada de 10 metros desde el lago Nordenskjöld al Pehoé.
El que alguna vez tuvo la tentación de sentirse poderoso, quien tuvo esa vanidad, debería pararse en este lugar y sentir el espray de agua y el viento. Ser apenas una de esas partículas. Darse cuenta de que frente a esta montaña somos una de sus criaturas diminutas.