En este siguiente texto te dejamos la segunda parte de la interesante historia de los Onas de la Patagonia , uno de los pueblos nomades que habitaron el estrecho de Magallanes y la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Los Onas creían firmemente en una mitología que narraba cómo, en tiempos inmemoriales, las mujeres ostentaban el poder y mantenían subyugados a los hombres. Y lo hicieron de una forma muy ingeniosa: contaron a los hombres que existía un monstruo del inframundo llamado Xalpen, que exigía carne de caza o los hombres empezarían a ser devorados.
Las mujeres, lideradas por Kreeh, eran las únicas que podían hacer de intermediarias con esa bestia maligna y otros espíritus.
Para hacer creer a los hombres esta historia, muchas féminas, con máscaras y pintando su cuerpo, hacían apariciones sembrando el terror entre los hombres sometidos, quienes debían cazar, recolectar alimento y cuidar de los niños, mientras las mujeres fingían aplacar espíritus malignos.
Un hombre, marido de Kreeh, descubrió el engaño al escuchar a mujeres burlarse de la ingenuidad de los hombres. Reunió a todos los cazadores de la tribu y asaltaron la choza de las mujeres, matándolas a todas. Solo Kreeh logró huir y, en esa interminable escapada con su marido pisándole los talones, Kreeh se convirtió en la luna (magullada por la pelea que tuvo lugar) y su marido (Kreen) se convirtió en el sol. Ambos fueron condenados a perseguirse eternamente.
Los hombres, heridos en su orgullo, decidieron adoptar el engaño e instaurar un nuevo orden sobre las niñas, las únicas supervivientes de la matanza que aún no habían sido iniciadas en el h’ain. Se abría una nueva era de poder.
De acuerdo con el mito, los hombres tenían el deber de representar los espíritus con el propósito de mantener su supremacía y un orden favorable. Así se explica el secretismo y exclusividad masculino de este ritual.
Las máscaras, echas de madera y/o cuero de guanaco, se repetían en cada h’ain. Cada una de ellas representaba a un espíritu que tenía su personalidad y rol diferencial. El “actor” debía tener una actitud y movimientos acordes con el espíritu que tenía que representar.
Las pinturas ceremoniales tenían un valor simbólico y se hacían con arcillas. Hombres y mujeres que no representaban a ningún espíritu también se pintaban el cuerpo y el rostro de una forma más discreta, aunque no tenían permitido lucir máscaras.
El Brutal Exterminio de los Onas
En 1905, tan solo 20 años después de que el hombre blanco colonizara Tierra del Fuego, los onas habían sido aniquilados casi en su totalidad. Este genocidio totalmente premeditado, fue impulsado por los propietarios de las nuevas haciendas ganaderas que se desarrollaron en la isla. José Menéndez, poderoso empresario, promovió las llamadas “cacerías de indios” en los que pagaba por cada persona asesinada, fuera hombre, mujer o niño. Las autoridades argentinas y chilenas no movieron ni un dedo para evitarlo. De hecho, a día de hoy, una de las principales calles de Punta Arenas lleva por nombre “José Menéndez”.