Los Onas que habitaron en los confines australes del planeta, en la Isla Grande de Tierra del Fuego, habitó este pueblo indígena nómade y cazador. Estaban emparentados con los tehuelches o patagones que habitaban al norte del Estrecho de Magallanes, aunque con tradiciones distintas. Su religión era politeísta y creían en algo parecido a un cielo y un infierno después de la muerte.
Físicamente, los hombres destacaban porque, a diferencia de la mayoría de los amerindios, eran muy altos y corpulentos. Ambos sexos tenían una resistencia excepcional al frío extremo de esas latitudes. Basta ver que en la mayoría de fotografías están desnudos o semidesnudos, cubiertos parcialmente con pieles de guanaco, su principal presa y fuente de subsistencia. De hecho, como protección contra el frío, los onas se recubrían el cuerpo con grasa de guanaco, algo que les ayudaba a mantener el calor corporal.
El Pueblo Ona habita Tierra del Fuego.
En 1520, Magallanes cruzaba el canal que llevaría su nombre. Aunque su tripulación no tuvo contacto directo con los onas, en las tierras del sur del canal vieron una gran cantidad de columnas de humo, sin duda provocadas por hogueras. Las mujeres ona tenían la responsabilidad de mantener siempre vivo el fuego para calentarse y recibir a los hombres de sus cacerías. Esta costumbre provocó, a ojos de los primeros europeos, el nombre “Tierra del Fuego”.
Para los onas no había etapa de transición entre la niñez y la edad adulta. Un rito iniciático (reservado solo a los hombres) certificaba la madurez, mediante la revelación de los secretos tribales. El chamán se encargaba de liderar todo este ritual, además de imponer toda una serie de duras pruebas de moral, coraje y resistencia física a los niños que debían dejar de serlo. Este rito se realizaba en una de sus construcciones alejadas del campamento, para proteger toda la ceremonia de las miradas curiosas de las mujeres.
El Pueblo Ona se caracterizaba por tener rituales muy particulares
re blanco colonizara Tierra del Fuego, los onas habían sido aniquilados casi en su totalidad. Este genocidio totalmente premeditado, fue impulsado por los propietarios de las nuevas haciendas ganaderas que se desarrollaron en la isla. José Menéndez, poderoso empresario, promovió las llamadas “cacerías de indios” en los que pagaba por cada persona asesinada, fuera hombre, mujer o niño. Las autoridades argentinas y chilenas no movieron ni un dedo para evitarlo. De hecho, a día de hoy, una de las principales calles de Punta Arenas lleva por nombre “José Menéndez”.